La elegancia es algo que cada día veo no como algo innato sino como el resultado de una visión de la vida, de saber estar en el momento y lugar.
La gente de mi edad recordará cuando los ordenadores comenzaron a traer de serie tarjetas de sonido y la gente usaba los sonidos de Windows.
Durante los primeros minutos hacía gracia que un aparato que antes era como un televisor mudo ahora hiciera curiosos y novedosos sonidos.
La gracia se perdía en cuento a un problema Window respondía con un "¡Chan!" o un "¡Ding!" y para colmo a destiempo porque el ordenador no daba para hacer lo que debía y además estar sonando.
A parte quedan los nervios destrozados del resto de compañeros de oficina que no podían evitar oir aquel muestrario sonoro no solicitado.
Poco a poco la gente fue entendiendo el undécimo mandamiento (no molestar) y prácticamente desaparecieron exceptuando a cuatro gilipollas sin remedio.
Hoy en día, tenemos el mismo problema en las oficinas con los móviles: siempre hay un gilipollas con las alertas del calendatio sonando, las notificaciones de Whatsapp o cualquier otra cosa, pero sonando. Ya no entro en lo de los tonos de llamada, que son un reflejo del grado de gilipollez.
¿Realmente tanto cuesta poner el móvil en silencio y vibración? ¿Tanto?
Hay que ser gilipollas rematado.
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