La puñetera costumbre de pagar dinerales de dinerete público para hacerse un retrato que colgar en el Congreso de los Diputados o cualquier otra institución pública tiene que terminar. Pero ya.
El único caso en que lo aceptaría con agrado es cuando sean los propios ciudadanos quienes lo pidan, como agradecimiento a su buena labor. Sí, esa buena labor que hace tanto que no vemos.
Pero los políticos, con alguna deficiencia de autoestima o patología clínica, siguen haciéndose retratos a nuestra costa.
Es el Photoshop de quienes lo camuflan bajo "es el punto de vista del artista" cuando, para colmo se parecen lo que un huevo a una castaña. Y encima se lo pagamos.
Yo no digo que haya que quemar los que ya se han hecho, pero sí retirarlos y ponerlos en el museo de los horrores políticos del país y, junto a cada uno, una plaquita con lo que nos ha costado su caprichito.
Hay que tener muy poca vergüenza. Y lo peor es que se creen merecedores de tal premio. El colmo.
Sólo hay que ver a José Bono con pelo y un retrato que costó una fortuna en plena crisis económica para darse cuenta que los cerdos están gobernando la granja.
Las instituciones públicas deberían ser extremadamente funcionales austeras pero sin que les faltase nada para poder desempeñar su trabajo adecuadamente.
Que Dios bendiga a los imbéciles hechos a sí mismos, porque yo no puedo.
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