El software, la obsolescencia programada y véndele lo mismo al cliente una y otra vez

Podemos comenzar con un ejemplo: ¿cuántas versiones de Windows hemos visto pasar por nuestras vidas? Quien tenga curiosidad puede ver la lista en Wikipedia (Versiones de Microsoft Windows) y la lista no es corta.
¿Con qué frecuencia te pide Adobe Flash que instales una actualización? ¿Cada més o menos? Puede parecer excesivo, y es que lo es.

Pero ¿cómo se ha llegado a esta situación y por qué?

La historia comienza con un programador que hace un programa. ¡Y lo vende!
El cliente está satisfecho y el programador también.
El programador decide modificar el programa para añadirle más funcionalidades, creando la versión 2 del programa, y su cliente lo compra.
El programador se da cuenta de que su programa, a pesar de haber tenido mucho cuidado, tiene fallos y decide que proporcionará gratis el programa corregido a su cliente, puesto que es error suyo que  no funcionase bien.

El programador se sienta y muere de hambre.

Esta era la vida de los programadores hasta que a uno se le ocurrió lo siguiente:
1.- ¿Por qué venderle el programa a cada cliente? Es mejor venderle una licencia de uso, que le permita usarlo, pero no copiarlo a nadie más. No parece mala idea. El programador a partir de entonces mantiene la propiedad del programa y lo puede vender a más de un cliente.
2.- ¿Y si en lugar de venderle una licencia al cliente le vendemos una licencia por ordenador donde lo instale? ¡Fantástico! Hemos multiplicado la ventas.
3.- Hay clientes que instalan el programa en un servidor: inventemos la licencia por usuario.
4.- Al programador le falta dinero. ¿Por qué no cobrarle al cliente por la cantidad de procesadores que tiene cada ordenador donde se ejecuta el programa? Volvemos a multiplicarlas ventas.
5.-El cliente dice que el programa falla. El programador le cobrará por arreglar lo que él mismo hizo mal. El cliente quiere que los problemas del programa se le solucionen. El programador le vende un "contrato de mantenimiento" que deberá pagar cada cierto tiempo. Ahora el programador tiene ingresos constantes.
6.- El programador quiere más y más ingresos. Deja de documentar el programa y le vende a los clientes cursos de formación y "contratos de soporte" para enseñarle a usar su programa.
7.- El cliente podría quejarse, así que el programador rehace su "licencia de software" exculpándole de cualquier suceso relacionado con su programa: el software se licencia tal cual, sin garantía alguna.
8.- El programador crea un "título oficial" para que los técnicos informáticos sepan cómo instalar y configurar su programa. El título por supuesto se paga, y la formación para el título también, claro.
9.- El cliente sigue pagando sin quejarse. Hagamos una nueva versión del programa al que le cambiamos el aspecto, cuantro cositas más y se lo vendemos de nuevo. ¿Cómo? ¿Que no quiere comprarlo? Bueno, allá él: dejaremos de darle soporte a su versión.
10.- El programador se da cuenta que muchos programas ahora funcionan como el suyo: ha creado un "estándar". Así que decide cobrar por la información que otros programadores necesitarán para hacer que sus programas funcionen con el suyo.
11.- El programador aún quiere más dinero, así que en las actualizaciones no sólo corrige los fallos si no que, sin avisar a sus clientes, hace otros cambios, preparándo los ordenadores de sus clientes para lo que será su nuevo estándar que, por casualidad, es soportado por muchos ordenadores (tantos como clientes).


Ahora piensa, por ejemplo, ¿Qué tiene Microsoft Word 2010 que no tenía Microsoft Word 6?
La versión 6 es la que salió al mercado cuando Windows iba por la versión 3.1.
¿Cuantas versiones ha vendido Microsoft desde entonces? Ocho versiones. Y la mayoría de los usuarios ya tenían en la versión 6 todo lo que usan en la versión 2010.
¿Era necesario obligar al cliente a comprar ocho versiones de Microsoft Word?
La respuesta se sencilla y monosilábica: no.

Básicamente todo esto se resume en el siguiente axioma de la industria del software:
Vende al cliente lo mismo tantas veces como pueda.

El reportaje "Comprar, tirar, comprar" lo explica muy claro respecto a productos de consumo tangibles.
"Comprar, llençar, comprar" (en caralà)
"Comprar, tirar, comprar" (en castellano)

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