A raíz de la noticia del suicidio de
una chica que se suicidó recientemente, he vuelto a pensar acerca del suicidio.
He hablando con algunas personas sobre el suicidio, pero ninguna parece entender lo que les expreso. Supongo que para ellas, que parecen tener un apego mentalmente insalubre por la vida, no es concebible. y digo insalubre porque ninguna de las que no me han entendido aceptan de buen grado que un día morirán, que su vida es pasajera.
Quizás te hayas dado cuenta de que muy pocas veces se habla en los medios de comunicación sobre suicidios.
Como mucho se habla de casos especiales, por ser múltiples, de trasfondo fanático o religioso, pero no de suicidio simple, llano e individual de alguien corriente.
Parece ser que hablar del suicidio "da ideas", que hablar de suicidios induce a otros, como si fuera contagioso. No sé yo si esto es un argumento: cada día veo a gente haciendo el idiota y no por eso me da por hacer lo mismo.
"Las conductas vividas tienden a verse como normales y a imitarse.". Bueno, no sé yo tampoco si es realmente así. Si lo fuese, ¿entonces no tenemos capacidad de discernir entre las cosas?
La verdad es que el suicidio meditado es una "solución última" que, en algunos casos puede ser la mejor. Y no lo digo a la ligera, sobre todo si quien decide suicidarse, no cree en "el más allá" o una vida después de la muerte, pues el suicidio implica no solo liberarse de todo ese dolor que se desea evitar sino además de todo lo bueno que tiene la vida.
Que nadie crea que quien se suicida no valora también las cosas maravillosas que tiene la vida, que son muchas y grandiosas. Y son precisamente esas cosas las que dan aún más mérito a la decisión, porque no es una salida fácil de tomar. Es una salida en la que se pierde todo: se pierde lo malo, pero también todo lo bueno. Y además se sabe que puede herir a otros.
Si aprecias la vida, imagina cómo de insoportable debe ser el dolor del suicida para que le valga la pena llevarlo a cabo. Y no hablo de que le valga la pena "por un poco". Debe inclinarse claramente la balanza. Cómo de dolorosa debe ser la existencia para decidir terminar ella.
Siempre que oigo a alguien decir que el suicida es un cobarde, no puedo pensar en lo sumamente ignorante que es para decir eso. Ignorante e insensible.
Una cosa es este tipo de suicidio que estoy describiendo, donde es un acto privado casi tan doloroso como la vida que se quiere terminar, y otra los suicidios múltiples, los argumentados por tergiversaciones, romanticismo, venganza, despecho, por obnubilaciones temporales que se creen eternas, por enfermedades mentales o exhibicionistas.
Hablo del suicidio cuando ya no se puede con la cantidad de mierda que nos da cada minuto la realidad, cuando ésta se hace insoportable por méritos propios, cuando el mundo decide que, aun siendo como es, es perfecto. Y el suicida está en medio, ahogándose en el hedor.
Por eso, cuando me entero de que alguien se ha suicidado, me apena muy profundamente, porque entiendo el insoportable dolor que le hizo tomar esa decisión, y me parece tremendamente triste que no seamos capaces de mejorar el mundo para que no hubiera sido necesario.
Quizás los suicidas no pertenecen a este tiempo sino a otro donde el mundo será o haya sido mejor, pero no el que les tocó vivir.